La Gripe Española, un verdadero “apocalipsis” en el Siglo XX

Un evento catastrófico a nivel mundial ocurrió hace 100 años. Sería en 1918, cuando se produjo uno de los brotes virulentos más devastadores de todos los tiempos. Tal es la velocidad con la que el pasado se olvida, que muchas personas ya no recuerdan los acontecimientos catastróficos que vieron el surgimiento de un virus mortal con decenas de millones de personas muertas por la infección.

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La terrible catástrofe fue tristemente conocida como gripe española. Esto no fue un tipo normal del virus de la gripe, más bien, era una mutación en tal grado que prácticamente nadie en el planeta era inmune a su ira mortal. Fue más letal que las guerras mundiales. La ‘gripe española’ de 1918 acabó con entre cincuenta y cien millones de personas en todo el mundo. Cuando se cumplen algo más de cien años de su aparición, surgen nuevos datos de esta plaga infernal.

Una mañana de marzo de 1918, un soldado destinado en Kansas EE.UU. fue admitido en la enfermería con fiebre, dolores musculares y dolor de garganta, síntomas de la gripe. En pocos meses, una tercera parte de la población mundial resultó afectada por la epidemia de gripe que resultó ser más mortífera que la Primera Guerra Mundial.

As de la metamorfosis

La gripe es una infección viral aguda que se propaga fácilmente de una persona a otra. Los principales síntomas son fiebre alta, tos, dolores y malestar en la garganta. En la mayoría de los casos es leve, pero hay pacientes para los cuales tiene consecuencias graves. En un año normal, a las epidemias de gripe se les atribuyen entre tres a cinco millones de casos graves y entre 290.000 y 650.000 muertos en todo el mundo, según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Entre los costos médicos, el absentismo y otros, la factura es exorbitante. Pero, ¿por qué un virus tan común sigue siendo una amenaza, mientras que por ejemplo la viruela fue erradicada? La respuesta es porque este virus es un as de la metamorfosis. «Los virus de la gripe tienen una capacidad de mutación enorme, ya que para sobrevivir están obligados a cambiar en mutaciones aleatorias», explicó a la AFP Vincent Enouf, del Instituto Pasteur de París.

Desde la gripe española, hubo tres pandemias: la gripe asiática de 1957, la de Hong Kong de 1968 y la de 2009. Y los virus cuentan con reserva naturales ilimitadas ya que circulan constantemente en poblaciones de aves.

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La epidemia que cambió el mundo

El cocinero Gilbert Mitchell del campamento Funston, en Kansas, ingresó en la enfermería la mañana del 4 de marzo de 1918 con fiebre y fuerte dolor de cabeza. Hacia mediodía la enfermería ya trataba más de cien casos similares. Tras una semana, los enfermos eran tantos que hubo que habilitar un hangar para instalarlos. Funston suministraba soldados a otros campamentos de EE.UU. y Francia, uno de los frentes más duros de la Primera Guerra Mundial. A mediados de abril, la gripe ya hacía estragos en las trincheras de Europa Occidental. Pasó a Gran Bretaña, Italia y llegó a España. Enfermó incluso el rey Alfonso XIII, y los periódicos españoles se hicieron eco de esa infección que se propagaba de manera tan alarmante.

Cuando llegó a nuestro país, los contendientes de la Primera Guerra Mundial ya contaban por miles las víctimas de la gripe. Pero sus medios de comunicación callaban la debacle para no minar la moral de la población ni de los soldados. España era neutral en esa guerra y sí hizo pública la crudeza de la enfermedad. Por eso a la pandemia que infectó a una de cada tres personas del planeta se la llamó ‘gripe española’. Las autoridades y la prensa españolas protestaron en vano. La guerra la ganaron los aliados, y la gripe se quedó con la denominación que ellos eligieron.

Solo se libraron de esta pandemia la Antártida y algunas islas remotas del Atlántico Sur y de la desembocadura del Amazonas. Enfermaron políticos como Mustafá Kemal Atatürk y Franklin Delano Roosevelt, el escritor Franz Kafka, el músico Béla Bartók, la pionera de la aviación Amelia Earhart o el pintor Edvard Munch. Murieron a causa de ella los artistas Guillaume Apollinaire, Egon Schiele, Gustav Klimt; los príncipes Erik de Suecia y Humberto de Saboya… Ricos y pobres, niños, hombres fuertes, la pandemia no se detuvo ante ninguna puerta.

La India y Pakistán fue la nación con más víctimas mortales. Perdieron la vida entre 13 millones y 18 millones de indios, lo que significa que murieron más indios a causa de la gripe que gente por la Primera Guerra Mundial. La guerra contribuyó a la expansión de la enfermedad por el hacinamiento, la debilidad de los soldados y el movimiento de tropas. En la primavera de 1918 habían enfermado «tres cuartas partes de los soldados franceses y más de la mitad de los británicos», según Laura Spinney, autora del libro El jinete pálido 1918: la epidemia que cambió el mundo (editorial Crítica). De las tres oleadas con las que embistió la pandemia, la segunda -que arrancó en agosto de 1918- fue la más devastadora. La tercera oleada finalizó en 1920.

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Arsénico y aspirinas

Los primeros síntomas eran los de una gripe estacional: irritación de garganta, fiebre y dolor de cabeza. Pero luego y de manera bastante súbita los pacientes sufrían mareos, pérdida de audición, visión borrosa, delirios, convulsiones… También les aparecían unas manchas de color caoba en las mejillas que luego se expandían por el cuerpo y lo oscurecían de tal modo que había personas de raza blanca que parecían negras. La gripe se complicaba con una neumonía bacteriana que fue la causa de la muerte de la mayoría de las víctimas. Actuaba a toda velocidad: había pacientes que comenzaban a toser una mañana y esa noche ya habían muerto.

Altísimas dosis de aspirina, quinina, preparados con arsénico, con aceite de alcanfor o aceite de ricino eran las armas utilizadas por los médicos de la época. Algunos animaron a que la gente fumara porque pensaron que la inhalación de humo mataba los gérmenes. Proliferaron los elixires, tónicos y remedios de charlatanes.

Luchaban contra la bacteria Haemophilus influenzae pensando que era la causante de la gripe. Era un error: la bacteria era responsable de una infección secundaria, pero no de la gripe. Se desconocía que el enemigo que debían batir era un virus y, además, los virus no se podían detectar con el instrumental de entonces. Los virus de la gripe humana no se descubrieron hasta 1932. Y la cepa del virus A/H1N1, culpable de las muertes, no pudo ser visualizada hasta 1943.

En muchos países se prohibió escupir, se cerraron cines, teatros y en algunos incluso las escuelas. Pero quedaron abiertos los centros de culto religioso. En Estados Unidos, si no se portaba una mascarilla de tela (absolutamente ineficaz), la multa era de 100 dólares de la época. La adopción se legalizó en Francia en 1923, tras el gran aumento de huérfanos provocados por la guerra y la gripe.

Las restricciones contra las aglomeraciones, las mascarillas y aspirinas resultaron inútiles. Lo que acabó con la gripe fueron los efectos de la propia gripe: se llevó por delante a las personas menos sanas, fue especialmente inclemente con los que ya padecían otras enfermedades y los más débiles. Los supervivientes quedaron inmunizados. La población mundial se redujo drásticamente. Pero se recuperó pronto: a la gripe de 1918 y al fin de la guerra les siguió una euforia reproductiva.

En 1950, el microbiólogo Johan Hultin viajó al pueblecito de Brevig (Alaska) en busca de muestras de la cepa del virus A/H1N1, identificada como la causante de la gripe de 1918. En Brevig murieron de gripe 72 de sus 80 habitantes. Hultin esperaba que el frío hubiera conservado material útil para reconstruir el virus y poder estudiarlo. Hubo suerte. Tomó muestras de los pulmones de cuatro inuits fallecidos a causa de la gripe. Hultin y su equipo trataron de cultivar el material y se lo inocularon a varios hurones. Pero el virus no dio señales de vida. Al cabo de 46 años otro investigador, Jeffrey Tautenberg, consiguió más muestras de tejido infectado en el Instituto de Patología de las Fuerzas Armadas, un material excelente con el que en 2005 se revivió el virus para estudiarlo. Algunos científicos se opusieron ante el temor de que algún fallo permitiese que este temible virus se desbocase de nuevo.

 

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