Bayer & Monsanto: Oligopolio e imperialismo alimentario

Con la unión de dos gigantes, las seis empresas que controlaban dos tercios del mercado global de semillas y más del 70% de los pesticidas, quedaron reducidas a tan solo 4 multinacionales: Bayer-Monsanto, la que será más poderosa de todas; Corteva Agriscience (resultado de la fusión entre Dow y DuPont); la empresa resultante de la fusión de Syngenta y ChemChina; y BASF

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La Comisión Europea permitió hace dos años que Bayer adquiriera Monsanto, dejando la vía libre a la creación de un gigante que ha venido al mundo para apoderarse del mismo, pues supone el monopolio de la producción agrícola y, en consecuencia, de la producción alimentaria.

Bayer y Monsanto, la historia

IG Farben (Bayer) tuvo su propio campo de concentración, en el que morirían al menos 30.000 personas, además construyó una gran planta en Auschwitz donde mantendría a 300.000 personas como fuerza de trabajo esclava.

Bayer, empresa químico-farmacéutica alemana, fue fundada en 1863 como una fábrica de tintes por Friedrich Bayer y su socio, Johann Friedrich Weskott. En 1899 alcanzan el ámbito internacional con la comercialización del ácido acetilsalicílico bajo la marca de Aspirina. Bayer produjo diacetylmorphine como un tratamiento para la tos bajo la marca registrada de Heroína que fue prohibida antes de la Primera Guerra Mundial.

Durante la Primera Guerra Mundial, Bayer estableció una fábrica en Colonia-Flittard dedicada a la producción de explosivos (250 toneladas de TNT al mes). En otoño de 1914 se estableció una comisión para el uso de los residuos de la industria química, formada por Fritz Haber (director del Kaiser Wilhelm-Institut), Carl Duisberg (director de Bayer) y Walter Nernst (químico), el resultado fue la recomendación de la utilización de gas de cloro, violando la Convención de La Haya. Éste fue usado, por primera vez, por Alemania en Ypres, Bélgica, se estima que causó la muerte de entre 2.000 y 3.000 personas. Carl Duisberg se pronunció sobre esta nueva arma “El enemigo ni siquiera sabrá cuando un área ha sido rociada con ella o el peligro que enfrentan ellos y se mantendrá en silencio en su lugar hasta que se produzcan las consecuencias”.

Bajo la dirección de Carl Duisberg, Bayer desarrolló nuevas y peores armas químicas, como el fosgeno y el gas mostaza, así como el Tabun. Se estima que 60.000 personas murieron como resultado de la guerra química desatada por Alemania. Bayer utilizó a trabajadores forzados en la Primera Guerra Mundial y defendió el racionamiento de alimentos y empleos en Bélgica para conseguir mayor y “mejor” mano de obra en Alemania. Al terminar la guerra, las filiales de Bayer en EE.UU quedaron expropiadas.

Entre 1925 y 1951 Bayer formó parte de IG Farben (Interessent-Gemeinschaft Farbenindustrie), apoyo financiero esencial de los nazis, donde se encontraban otras empresas químicas como AGFA, BASF… Bajo estas nuevas siglas desarrollaría el Zyklon B, agente letal usado en las cámaras de gas. Además, IG Farben poseyó su propio campo de concentración, en el que morirían al menos 30.000 personas, construyó una gran planta en Auschwitz donde mantendría a 300.000 personas como fuerza de trabajo esclava.

Tras la Segunda Guerra Mundial, la derrota de la Alemania Nazi y la desaparición de IG Farben, Bayer volvió a ser una empresa “independiente”, su director pasó a ser Fritz ter Meer, doctor que había sido condenado por el tribunal de Nuremberg a siete años de prisión. Y sus crímenes, continuaron en una inmensa y larga lista.

Bayer introduciría el fármaco Factor VIII para tratar a personas hemofílicas y en febrero de 1984 introduciría una versión ante las pruebas que el fármaco anterior estaba provocando la infección por VIH. Sin embargo, la compañía decidió continuar vendiendo el primer fármaco en países de la periferia como Malasia, Singapur, Argentina… Las farmacéuticas implicadas nunca reconocieron su culpabilidad, pero cuatro multinacionales, entre ellas Bayer, pagaron 600 millones de dólares para acabar con 15 años de procesos judiciales. También desarrolló el Lipobay, contra el colesterol, causaba daños renales y rabdomiólisis… También el Trasylol, contra las hemorragias en operaciones de corazón, causaba un aumento de los problemas renales, los ataques cardíacos y los infartos.

El periodista austríaco Klaus Werner afirma que Bayer financió la Segunda Guerra del Congo por el comercio de coltán. En 2001, Bayer fue llevado a los tribunales por la muerte de 24 niños en una aldea de Perú. En 2009 los familiares de Nicolás Arévalo de 4 años denuncian que su muerte se debió a la contaminación por el insecticida Endosulfan usado en una granja vecina…

Monsanto

Monsanto fue fundada en 1901 en Missouri por John Francis Queeny, un veterano empresario de la industria química/farmacéutica de origen judío e hijo de Emmanuel Mendes de Monsanto, un poderoso financiero con una empresa azucarera en Puerto Rico, y casado con Olga Méndez Monsanto. Los Monsanto fueron una poderosa familia judía que había hecho fortuna con el tráfico de esclavos.

En 1905 tiene su primer éxito comercial, la sacarina, que fue vendida a la empresa Coca-Cola. En 1918 comienza a producir otros productos como el fenol o la aspirina (cuya marca provenía de Bayer y que en EE. UU había sido expropiada tras la I Guerra Mundial). En 1920, introduce los bifenilos policlorados (PCB).

Para 1927 Monsanto es ya una empresa multinacional al adquirir el 50% de R. A. Graesser Chemical Works de Gran Bretaña. En 1933 adquiere compañías productoras de químicos, plásticos y resinas y cambia su nombre a Monsanto Chemical Company. En 1940 se dedica a la fabricación de poliestireno, de herbicidas como 2,4,5-triclorofenoxiacético, el DDT (ambos prohibidos por su toxicidad ambiental y en salud). En 1950 se establece Monsanto Mexicana S.A. y adquiere CIPSA, bajo la licencia de Mattel, fabrica productos como Barbie y Hot Wheels. En 1955 fabricó fertilizantes a base de petróleo con terribles consecuencias para los suelos.

En 1960 se establece en Colombia, Venezuela, Ecuador y Perú y se hace fuerte en el sector agrícola. En 1970 Monsanto adquiere la marca mexicana Resistol. En 1976 comercializa el herbicida Roundup. En 1981, inicia su carrera biotecnológica para obtener productos mejorados genéticamente, en 1985 lanza las marcas Canderel y Nutriasweet y en 1995 en EEUU se aprueba la comercialización de las primeras plantas transgénicas: soja resistente al herbicida de Monsanto (Roundup) y patata y algodón resistentes a plagas. En 1996 se autoriza la utilización de soja y canola tolerantes al glifosato, otro de los herbicidas de Monsanto. En 1997 se aprueba la siembra y cultivo de algodón transgénico tolerante a la Solución Faena, otro herbicida de Monsanto.

En 1998 compra la división de maíz de Cargill (compañía con fuerte presencia en Venezuela) logrando un gran crecimiento de su línea de negocios de semillas, cuyo mercado se extendería por Perú y Ecuador en 1999. En el año 2000 la compañía se centra únicamente en el sector agrícola (herbicidas, semillas y biotecnología). En 2003 la tecnología Bollgard en Colombia. En 2004 se aprueba la siembra de maíz con tecnología Roundup Ready en Honduras y en México se autoriza la tecnología Bollgard Solución Faena Flex para siembra. En 2005 Monsanto adquiere Seminis, el líder mundial en semillas. En 2007 en Colombia se aprueba la comercialización de algodón B2RF y maíz RR, ambas plantas tolerantes a herbicidas de Monsanto.

En 2013 Monsanto adquiere The Climate Corporation, compañía que trabaja en la creación de plataformas para el monitoreo del clima y de sus efectos en la agricultura. Además, fue el principal productor del agente naranja utilizado contra el pueblo y la selva vietnamita. Entre 1943 y 1945, adquirida ya por Thomas and Hochwalt Laboratories, Monsanto se transformó en una división de su Central Research Department, departamento que participó de forma clave en el proyecto Manhattan, con el que se desarrolló la bomba atómica. También parece estar relacionado con la producción de bombas de fósforos vendidas a Israel y usadas contra el pueblo palestino.

Bayer & Monsanto. La fusión.

Las dos multinacionales, hechas la una para la otra, se fusionaron por obra y gracia de la mano invisible del dios mercado. La Comisión Europea autorizó que Bayer adquiriera Monsanto por 62.000 millones de dólares, a cambio de la venta del negocio de herbicidas y semillas a BASF, el otro gigante agroquímico alemán, por 5.900 millones de euros y la licencia para utilizar la base de datos digital global de la compañía.

Detrás del creciente monopolio sobre el sector de la agricultura no solo está el mercado de semillas, pesticidas… y cualquier otro elemento necesario en la producción alimentaria, sino también el big data, el control de todos los datos masivos existentes sobre agricultura, generados tanto por estas grandes compañías como por otras tan pequeñas que irremediablemente se ven obligadas a vender el conocimiento que han obtenido por sí mismas. Monsanto invertió 25 millones de dólares en una nueva empresa de edición genética (Pairwise Plants). Datos que son esenciales tanto en temas como la biología sintética o la edición genómica, bases esenciales de la actividad económica desarrollada por estas compañías, como en las plataformas para el desarrollo de la agricultura, como por ejemplo Climate Corp (adquirida por Monsanto).

Bayer-Monsanto también extiende su dominio sobre la utilización de microorganismos. Han hecho negocios con Novozyme de Dinamarca, la mayor compañía dedicada a la venta de enzimas recombinantes, y con otras empresas como Ginko Bioworks o Silicon Valley, quienes aplican herramientas biotecnológicas para mejorar la utilidad y productividad de microorganismo. Los microorganismos tienen implicaciones muy relevantes en la fertilidad del suelo y en los revestimientos de semillas. El control de la compañía abarca cada uno de los aspectos de la agricultura y también tratará de llevar el control sobre el desarrollo de una agricultura menos agresiva con el medioambiente, dominando tanto la agricultura capitalista como cualquier alternativa más sostenible.

Transgénicos y monopolio

También, en este sentido hay que hablar del control sobre los cultivos modificados genéticamente. Monsanto controla el 73,2 % de los cultivos transgénicos certificados por el ministerio de agricultura, pesca y abastecimiento de Brasil, Dow-Dupont el 21,4% y Syngenta el 4,96%. País, que, bajo la coacción de los intereses del imperio, ve deforestada el principal pulmón del planeta a cambio del desarrollo de una agricultura capitalista de exportación. Las exportaciones de soja han crecido un 208% en marzo de este año, respecto de febrero, alcanzando los 8,81 millones de toneladas, empleada principalmente para la alimentación del ganado.

Si analizamos el tipo de transgénicos que estas compañías tienden a producir vemos que, en muchos casos, como en algunos ejemplos previamente expuestos, generan plantas cultivables con tolerancia o resistencia a los herbicidas que estas mismas compañías venden. El gobierno argentino aprobó el mes pasado tres nuevos eventos transgénicos: un maíz con genes contra insectos y tolerancia a los herbicidas glifosato y glufosinato, otro con resistencia a los herbicidas 2-4D y ariloxisfenoxi y una soja con tolerancia a glifosato, glufosinato e isoxaflutole. Al tiempo que, aunque existen transgénicos creados por otras empresas o, incluso por organismos públicos, el establecimiento de un monopolio total sobre herbicidas y semillas de las plantas tolerantes conduce, irremediablemente, a una situación dramática de monocultivos globales y, en consecuencia, a la pérdida de diversidad genética en la agricultura a nivel mundial y de una forma mucho más grave que hasta ahora.

En los comienzos de la civilización se utilizaban unas 10.000 especies, hoy se cultivan entre 150 y 200. En los años setenta había unos 350 tipos de melones distintos en España, hoy hay diez. Lo que demuestra que la tendencia de este entramado oligopolista es el control absoluto sobre el mercado de alimentos tratando de alcanzar el máximo rendimiento en la agricultura, sin tener en cuenta la inviabilidad e insostenibilidad de la estandarización y uniformización del cultivo agrícola. Así, los cultivos transgénicos a penas se concentran en 12 especies.

“El problema no radica en los transgénicos en sí, sino en quien tiene el poder sobre ellos, el poder para crearlos, el poder para producir sus semillas y el poder para comercializarlos, en definitiva, en quién posee la propiedad sobre los transgénicos.”

El rechazo social a la ingeniería genética aplicada en la mejora vegetal, no implica que no se implementen dichas mejoras por otras vías, en mi opinión, con un riesgo público y ambiental mayor. Para evitar este rechazo, se utilizan técnicas basadas en la mutagénesis inducida por agentes químicos o físicos (radiación) y la posterior selección de aquellas cepas resultantes que posean el fenotipo deseado, el más útil en la producción inmediata. Las consecuencias de estos métodos es el desconocimiento de hasta qué punto se encuentra afectado el resto del genoma de la estirpe y frente a dicho desconocimiento aumenta el riesgo de las posibles consecuencias. El problema no radica en los transgénicos en sí, sino en quien tiene el poder sobre ellos, el poder para crearlos, el poder para producir sus semillas y el poder para comercializarlos, en definitiva, en quién posee la propiedad sobre los transgénicos. Los transgénicos podrían ser una herramienta más que necesaria para la producción social de alimentos, pero la férrea propiedad que sobre estos ostentan las grandes corporaciones podría tener consecuencias terribles sobre la producción alimentaria.

Estas empresas también mantendrán e incrementarán su poder en el mercado de las semillas, mercado base en la producción agrícola. La consultora Transparency Market Resarch estimó que en 2018 movió 53.320 millones de dólares y en el caso de las semillas transgénicas estima que el mercado pasará de los 15.600 millones de dólares en 2011 a 30.210 millones a lo largo de este año. El oligopolio creciente en este mercado nos arrastra, como hemos visto, a la reducción de las especies cultivables, como ya ha pasado y el problema se agudiza, las variedades tradicionales adaptadas al entorno en el que fueron manipuladas a lo largos de los años dejan de emplearse y se pierden, o al estar sometidas a las contaminaciones por herbicidas aplicados en los grandes campos y a los que no son resistentes. ¿Cuáles serán las consecuencias en la pérdida de variedades cultivadas? ¿Cómo afrontar las consecuencias del cambio climático y de las plagas y enfermedades extendidas por la globalización del dios mercado, sin más regulación que el beneficio, bajo una agricultura diezmada por el oligo-cultivo?

Cómo este oligopolio ejerce su dominio sobre el mercado de semillas.

Recordemos que en tan solo 4 multinacionales se encuentra la mayor parte del mercado de semillas, al ser sus más grandes productores, pero también porque ejercen un control más o menos directo sobre los agricultores. Por un lado, encontramos las semillas “Terminator”, esta tecnología permite generar plantas que no podrán multiplicarse a partir de semillas auto-fecundadas, es decir, las plantas cultivadas a partir de estas semillas producirían semillas estériles con lo que se evita la reproducción del cultivo y se crea la necesidad de comprar semillas. Si bien es cierto, esta tecnología es útil para emplearla como una barrera que evite la propagación de las plantas transgénicas, pero el objetivo es proteger las inversiones y los intereses comerciales que las empresas productoras tienen sobre las semillas modificadas genéticamente. Monsanto se comprometió en 1999, ante el más que justificado miedo de los agricultores, a no utilizar esta tecnología en los cultivos de alimentos.

Otro de los elementos que lleva a la pérdida de la capacidad de decisión de los agricultores es la necesidad de obtener el mayor rendimiento productivo en los campos cultivados, algo que solo puede alcanzarse bajo la condición de vigor híbrido. El vigor híbrido es el resultado del cruce controlado de dos líneas vegetales homocigotas con genotipos diferentes, las cuales poseen fenotipos de interés, de manera que la generación resultante sería heterocigota, presentando mayores resistencias específicas a enfermedades, un mayor vigor y, de nuevo, como objetivo final de la agricultura industrial, una gran uniformidad en la producción. La clave de la necesidad de mantener estos rendimientos es que los agricultores terminan comprando las semillas heterocigotas cada año, ya que esta condición se pierde debido a la segregación genética producida durante la fecundación-reproducción del cultivo, aunque su precio es mucho mayor que el de las semillas estándar, 5 veces más en el caso del maíz.

Además, cuando un agricultor compra una semilla patentada a Monsanto se ve obligado a firmar un acuerdo con el que está comprometido a cultivar únicamente la semilla que ha comprado, sin que pueda reservarse para siembra las semillas producidas por dicho cultivo. Claro está, el campesino y el agricultor no están obligados a comprar sus semillas, son completamente libres a la hora de decidir qué semilla deben sembrar. En palabras de un profesor de la Universidad de Lleida “los agricultores no están obligados a comprar un tipo de semillas en particular, sino que escogen las que más les conviene”, así de magnífico es el libre mercado. En su propia página Monsanto afirma que tienen conocimiento de aquellas personas que violan sus patentes y acuerdos y que han celebrado cerca de 120 juicios en la última década. Eso sí, ¡por el bien de la humanidad y la agricultura! Y después de descontar los honorarios legales, el resto se dona a iniciativas de liderazgo para la juventud, incluso a programas de becas. Monsanto invierte en las universidades, en México, Argentina, en una spin-off de la Universidad Politécnica de Madrid… Además, también en Argentina, en 2016 comenzaba a emitirse en su Televisión Pública el programa Locos por el Campo con el auspicio de Monsanto.

En consecuencia, nos situamos ante la usurpación de lo que fue un recurso comunal como la tierra, la capacidad reproductiva de los cultivos y de los suelos, que conduce a una mayor reducción de la capacidad de los pueblos para decidir no solo cómo y en qué emplear sus recursos naturales, sino también en su capacidad para controlar su propia producción e ingesta de alimentos. Algo que llega a su máximo extremo en los países condenados a convertirse en la despensa del imperio. El año pasado Arabia Saudí se hacía con 404.685 hectáreas de tierra de cultivo en Sudán que podrá explotar durante 99 años, teniendo ya cuatro “acuerdos” agrícolas con Sudán, acuerdos también existentes con Etiopía y hasta con 31 países.

En 2009 la ONU hacía sonar la alarma, puesto que los países ricos habían comprado más de 30 millones de hectáreas de las fértiles tierras de los países periféricos y la tendencia se mantiene. Entre 2008 y 2010 los inversores usurparon entre 53 y 61 millones en África, usurpaciones en los que, de forma indirecta, ha intervenido el Grupo del Banco Mundial, a través de IFC, quién ha financiado a los fondos de capital privado, responsables directos del desplazamiento de cientos de miles de personas desposeídas de sus medios de subsistencia. A Rumanía, con 15 millones de hectáreas cultivables, están acudiendo miles de ricos agricultores europeos, adquiriendo las mejores tierras antes de que llegue la especulación. En 2016 Monsanto y la Fundación Gates presionaron a Kenia para levantar la prohibición de los transgénicos, de sus transgénicos.

Werner Baumann, CEO de Bayer, asegura que “Conjuntamente con Monsanto, queremos ayudar a los agricultores de todo el mundo a obtener alimentos de forma más sostenible y beneficiosa tanto para los consumidores como para el medioambiente”. Sin embargo, ya conocemos el historial de ambas, plagado de buenas prácticas para su beneficio. Y llegamos a sus pesticidas y a sus consecuencias en la salud pública y ambiental, dos caras de la misma moneda.

Otra condición que lleva a los agricultores a la utilización de las semillas de los oligopolios, es que son las productoras de las semillas tolerantes o resistentes a los herbicidas más usados y que estas mismas producen. Como ya se ha mencionado, los pequeños agricultores no tienen nada que hacer si su pequeña superficie de terreno se cultiva de forma próxima a una gran finca en la que se usan los herbicidas de forma intensiva.

Uno de los herbicidas no selectivos más usados hoy en día, el glufosinato de amonio de Bayer, es capaz de inducir la eutrofización de las aguas, ya que puede ser usado, cuando se encuentra a bajas concentraciones, como fuente de nutrientes por el microorganismo fotosintético Microcystis aeruginosa. Cuando la concentración o la densidad del microorganismo son altas, éste provoca la producción y liberación de una sustancia hepatotóxica llamada microcistina LR, que puede afectar gravemente a la fauna acuática, puede acumularse en peces o en cultivos, a las que puede llegar por las aguas de riego. Con lo que en los intentos de incrementar y mecanizar la producción pueden provocar una reacción ambiental en cadena, que como siempre que se perjudica a la fuente original de la riqueza, acaba afectando también a los pueblos y, especialmente, a sus más débiles eslabones. Además, la exposición prolongada a éste herbicida organofosforado puede afectar al sistema nervioso central, al desarrollo embrionario, a la producción de espermatozoides y a la calidad del esperma, además de contar con efectos genotóxicos.

Otro herbicida, cuyo mecanismo de acción es similar al anterior, el glifosato ha sido aprobado durante otros 5 años en la Unión Europea. Gracias al cambio a última hora del sentido de voto alemán, de su anterior ministro de agricultura, Christian Schmidt. La nueva ministra asegura que fue una decisión personal del ministro y en ningún caso una decisión autorizada por el gobierno alemán. Además, hay que tener en cuenta que estos herbicidas, así como otros pesticidas, se aplican dentro de una diversa mezcla de adyuvantes entre las que se pueden encontrar metales pesados como el arsénico, cromo, cobalto, plomo… entre otros, cuyos efectos están escasamente estudiados.

La nueva ministra alemana de Medio Ambiente, Svenja Schulze, declaraba, en unas de sus primeras entrevistas, que en el acuerdo de coalición se había incluido acabar con el uso del glifosato en esta legislatura. Al mismo tiempo el ministro francés de Transición Ecológica, Nicolás Hulot, aseguraba que acabarían con el glifosato en 3 años. Sin embargo, la prohibición del uso de este u otro herbicida dentro del gran reino europeo carece de toda utilidad cuando la despensa que nos sustenta se encuentra en países sometidos y secuestrado dentro de la vorágine productiva. Y es en esos países donde la exposición a herbicidas presenta las peores consecuencias.

Por ejemplo, en Argentina los casos por intoxicación se incrementaron un 26 % en 2016, según publicaba el Boletín Epidemiológico del Ministerio de Salud de la Nación. Ludmila, con poco más de dos años, resultó intoxicada por el glifosato aplicado en los campos de soja de la localidad de Bernardo de Irigoyen. En Argentina el comercio con agroquímicos creció un 49% entre 2002 y 2008, en un país cuyas zonas de cultivo abarcan unos 30 millones de hectáreas.

En un estudio de la Universidad de Rosario se ha comprobado que las poblaciones cercanas a los campos de cultivo tienen una tasa de tumores superior a la media. A esto hay que añadir la aparición de malformaciones, los problemas durante el desarrollo embrionario y las afecciones en el sistema nervioso, como es el caso de Fabián Tomasi, quien sufre desde hace años una polineuropatía tóxica severa desde que trabajó en el mantenimiento de aviones fumigadores. Hace 3 años en Francia un tribunal ratificaba la primera condena contra Monsanto por la intoxicación de un agricultor. Productos prohibidos en los países del centro siguen siendo vendidos y usados en plantaciones de todo el mundo, como fue el caso del DCBP que provocó esterilidad en los trabajadores expuestos en Davao (Filipinas). Un informe de la ONU cifró en 200.000 las muertes anuales derivadas de la exposición a pesticidas.

El precio a pagar por oponerse a la usurpación de la capacidad de los pueblos para controlar algo tan básico como la alimentación, algo que solo puede desarrollarse a través de la lucha por la tierra, es el precio que se pagó en Europa con la caza de brujas y el mismo precio que pagaron los pueblos originarios frente a la invasión colonial. El fallecido investigador argentino Andrés Carrasco, según reveló WikiLeaks fue investigado por haber estudiado los efectos del glifosato en vertebrados, fue sometido al descrédito por parte del ministro de Ciencia, Lino Barañao. Peor es el destino que sufren otros. Al menos 200 ecologistas fueron asesinados en 2016, la mayor parte en Latinoamérica, como el caso de Berta Cáceres.

La lucha emprendida por el imperialismo está clara: dominar hasta el último rincón de tierra fértil del planeta y controlar y hacer negocio con cada uno de los aspectos implicados en su producción. Y es que la defensa de lo común es el único foco de resistencia frente al imperialismo y es, por ende, allí donde el capital pondrá todo su empeño por destruirlo, de ahí se deriva también su interés en individualizar cada uno de los aspectos de la sociedad y también de todas sus posibles luchas sociales.

Por otra parte, tenemos los efectos perjudiciales de los agroquímicos. Se han encontrado que los niveles de glifosato e insecticidas en toda la cuenca del Paraná podrían amenazar la vida acuática, similar es la situación en el Río Negro. En España, las cuencas del Júcar y del Ebro son las más contaminadas por plaguicidas. El 70% de los pesticidas encontrados en los ríos españoles están prohibidos por su toxicidad. También en el humedal de Palo Verde (Costa Rica), en Banderillas (Cartago) el acueducto de la comunidad se contaminó en 2006 por fertilizantes. Los ríos Cravari y de Sangue… Por todos los rincones del mundo, por todas aquellas regiones que se ven obligadas al desarrollo de una agricultura intensiva, de la que en la mayoría de los casos no ven ningún beneficio, acaban perdiendo otro de los bienes comunes esenciales en las sociedades, el agua. ¿Trata, de nuevo, el sistema capitalista de crear la enfermedad para vendernos la solución?

El Ex CEO de Nestle, Peter Brabeck-Letmathe, ya anunció que el agua no era un derecho, que debería tener un valor de mercado regulado por la ley de la oferta y de la demanda y que, por tanto, debía ser privatizada. Entre los días 19 y 23 de marzo se llevó a cabo en Brasil el Foro Mundial del Agua, durante el cual organizaciones sociales se manifestaron frente a la sede de la empresa Coca-Cola, frente al intento de privatización de acuíferos para la producción de bebidas perpetrado por transnacionales: Nestlé, Coca-Cola, Ambev, Suez, Brookfiled, Dow AgroSciences.

Los agroquímicos, junto al cambio climático, podrían estar detrás de la desaparición de las abejas, los principales polinizadores de todas las especies cultivadas (el 75% de los alimentos depende de su polinización), lo que supone un problema para la capacidad de supervivencia humana. También afectadas por enfermedades y parásitos, cuyos efectos se vuelven más nocivos y extensos como resultado del cambio climático y la propagación de las mismas de unos lugares a otros como consecuencia de la globalización, también de depredadores como las avispas asiáticas. También se ven afectadas por la destrucción de su hábitat resultado de la deforestación y los incendios, por la introducción de especies exógenas y también por la pérdida de diversidad genética. No hay que olvidar que el 40% de los polinizadores invertebrados se enfrentan a la extinción, se estima que su papel en la agricultura supone 265.000 millones de euros anuales, según datos de Greenpeace. Según la FAO de las pocas más de 100 especies que generan el 90% de los alimentos en 146 países, 71 son polinizadas por abejas.

En el Valle de Traslasierra, cerca de La Paz, más de 1.200 colmenas se vieron afectadas, 72 millones de abejas aparecieron muertas. La causa parece residir en la aplicación de pesticidas en las únicas plantas que las abejas tenían disponibles en la zona. Han pasado 20 años desde que en Francia por primera vez los apicultores anunciasen la desaparición de las abejas y como vemos la situación ha empeorado. En la UE la mortalidad de las abejas oscila entre el 3,5% y el 33,6% de unas regiones a otras. Los apicultores laguneros perdieron más del 50% de las 8.000 colmenas que tenían durante el primer trimestre del 2016, atribuyendo su causa a las casi 20 mil hectáreas de sorgo forrajero tratadas con pesticidas contra el pulgón amarillo. En EEUU había en 1988 5 millones de colmenas, en 2015 quedaban aproximadamente la mitad.

La ministra alemana de agricultura, Julia Klöckner, señaló, al hablar sobre los neonicotinoides, con rotundidad que todo producto que afecte a las abejas debía ser eliminado, siempre que la ciencia demuestre dicho daño. La Autoridad Europea de Seguiridad Alimentaria (EFSA) confirmó, después de analizar 1.500 estudios científicos que tres insecticidas neonicotinoides (imidacloprid y clorianidina de Bayer, y tiametoxam de Syngenta) representaban un riesgo real para las abejas, aunque los resultados fueron extremadamente variables. En junio del año pasado se conocieron los resultados del experimento de campo más ambicioso desarrollado hasta la fecha, casualmente financiado por Bayer y Syngenta. Se estudiaron 2.000 hectáreas de cultivos de colza en Alemania, Hungría y Reino Unido. En Hungría, el número de colonias descendió un 24% en invierno, en Reino Unido entre el 67 y 79%, 58% en zonas sin insecticidas, pero en Alemania no se encontraron estos resultados. En un comunicado Bayer anunciaba “la vitalidad de las colonias de abejas melíferas aumentó cuando las abejas pecorearon en colza tratada”. En cualquier caso, ¿lograría únicamente la prohibición del uso de estos insecticidas salvar a los polinizadores? ¿O por el contrario es consecuencia de toda la estructura productiva y de consumo engendrada en cada uno de los aspectos de la vida por el sistema capitalista y, por ende, la única solución pasa por aniquilar todas y cada una de las relaciones de producción y de consumo actuales o esperar a que sean aniquiladas por las propias fuerzas naturales provocando el colapso de la civilización tal y como la hemos conocido?

En estudios desarrollados por ONG y publicados en 2011 se llegaba a la conclusión de que el 60 % de las cosechas de cereales estaban bajo el control de fondos de inversión especuladores, en 5 años la inversión en productos alimentos había pasado de 35.000 millones a 300.000 millones de dólares. Ya sabemos que bajo la ley del dios mercado, toda necesidad vital no es más que un negocio, así el hambre es una fuente de ingresos, al igual que la guerra y la muerte, pero ¿hasta qué punto el creciente y monstruoso oligopolio agrícola lleva la especulación con los precios de los alimentos a una nueva fase al permitir el control de los precios en el mercado de semillas y en el mercado de pesticidas, al ejercer el control total sobre el campesinado y los pueblos ya desposeídos de tierras?.

La fusión entre gigantes no hace más que continuar con la usurpación forzada que el sistema capitalista, desde sus inicios, ha hecho de todo lo que fueron o son derechos comunales. Así, la acumulación originaria dejó al campesinado sin tierra y sin medios de subsistencia, así tras siglos de violenta disciplina, vimos al campesino sin tierra doblegado y vimos a la campesina sin tierra y sin cuerpo llegar, descalzos, arrastrando nuevas cadenas a nuestro tiempo. Ahora, los pueblos sin tierras se ven desposeídos del derecho comunal y natural de utilizar sus propias variedades y sus propias semillas, de elegir sus propios métodos de cultivos y su propio cultivo, ahora vemos que nuestra soberanía, en su nivel más básico, el de la alimentación, se ve supeditada al ejercicio de la producción especulativa, que arrastra, especialmente a África y a Latinoamérica, a destruir su medioambiente y a entregar por la fuerza todos y cada uno de sus recursos naturales y entre ellos los esenciales: la tierra fértil, el agua y el aire, manchados con la sangre de su resistencia.

El  gigante supone un impedimento al control de la agricultura por parte de los pueblos que han de vivir de ella. Pueblos que, por otra parte, ya tienen imposibilitado el libre acceso a los medios productivos, a la tierra, a lo que cabe añadir el control por parte de estas mismas compañías del comercio de las semillas, lo que lleva directamente al control no solo sobre la producción sino también sobre los productos y, en este caso, directamente sobre la sociedad. Si a esto añadimos que la fusión permitirá el desarrollo de un monopolio monstruoso sobre los pesticidas, nos encontramos frente a un titán que viene a controlar toda la producción agrícola, incluyendo los métodos utilizados en el control de plagas y, por ende, controlando y diseñando todas las etapas del proceso productivo. Y recordemos que este proceso productivo conduce a la producción de alimentos. ¿Las consecuencias? Las veremos.

Jesús Pérez López

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